La segunda lectura de los libros
que me regaló mi amigo
Paco Najarro,
ha sido el poemario
Esquinas y rincones
(
ÁRTEse quien pueda, 2012) del poeta cacereño
Miguel Ángel Casasola.
Ya desde el título vemos clara
la dicotomía que presenta el libro: el haz y el envés, la soledad y la
compañía, el tú y el yo. El libro se divide en cinco bloques, aunque el primero
(“Declaración de intenciones”) y el último (“Conclusiones”) tienen un solo
poema cada uno (“De vuelta de todo” y “No tengo mar”). Los tres bloques
centrales (“Esquinas”, “Rincones” y “Subsuelo y campo abierto”) son un ir y
venir, en sentido circular, entre la soledad elegida y plena, con un punto de
misantropía (En cuanto a mí, / hay días
en que estoy de vuelta de todos./ Pero eso es una necesidad,/ no una opción.
O cuando afirma en otro poema: Nunca he
sido muy partidario de perpetuar la especie) y la compañía encontrada, no buscada (Nunca necesité a nadie (...) Y ahora me sorprendo/ por necesitar/ compartir,/ a secas./ Y en ese punto estoy/ Y en ese punto/ estamos).
El sujeto lírico, en una noria
sin fin, con altibajos, anda perdido, buscando su lugar en el mundo (No soy de aquí./ Sé de dónde procedo/ pero
no sé adónde pertenezco). No avanza en su búsqueda, se enquista (Tal vez se deba a esa extraña costumbre/ de
desandar lo que ando/ y luego volverla a andar) Pero todo cambia cuando
aparece “tú”. Así ocurre en un muy bien construido poema, “Un largo día soleado”,
en el que, al modo romántico, la presencia del tú cambia toda la percepción del
paisaje (“me sobraban libros,/ me
faltaban horas,/ cantaba fados a la sombra del horizonte”; pero ahora, con
tu presencia “los libros me remiten a
ti,/ las horas no existen,/ escucho el tango permanente de tu cuerpo”).
Como todo poeta, Casasola es un
buen lector de poesía. Por sus poemas desfilan, de manera muy sutil, algunos
grandes de nuestras letras (Quevedo
en “Resistencia”, Ángel González en “Fotografía
en negativo”, Benedetti en “La invención
de los barcos” o Pedro Salinas en el
verso miro, cierro los ojos para ver más
claro). Incluso, la trabazón interna del libro se afianza cuando en el
penúltimo poema del libro, “Ya no escribo poemas de amor”, se remite a un poema
anterior de este mismo poemario, “El mundo ha sido afeitado por un barbero
furioso”.
En fin, un buen libro de poemas,
escrito por un extremeño y editado por la gentileza de un mecenas, Gabriel Seijo, algo que ya creíamos
desaparecido. Albricias, todavía hay quien invierte su dinero en un buen libro
de poesía.