No hace mucho tiempo que nos despedimos y ya ansío tu vuelta. Te
quiero aquí, te necesito aquí, junto a mí. ¡Tú me conoces, tú sabes cómo soy de apasionado! Y cuando caigo en esta pasión me destruyo a mí mismo. Todavía te recuerdo en mis clases de literatura contemporánea y cómo te asomabas entre tus compañeras, para fijar tu atención en mis palabras, en los poemas que yo recitaba.
He estado mirando fechas y horarios de los
barcos para que podamos encontrarnos este verano. Tú no tienes que preocuparte
de nada más que de coger el barco que yo te indique. Yo pagaré el
billete. Iré a recogerte a Francia desde Santander. Ojalá pueda yo algún día hacer por ti lo que ahora te pido que hagas por mí, alma. ¡Un viaje de diez días para verte una hora! Pasaremos juntos, si tú quieres, el resto de nuestras vidas. Te estoy
empezando a escribir un poemario al estilo de Petrarca, con
algunos poemas, que ya tengo acabados, como uno que empieza así:
"Ayer te besé en los labios...” En cuanto nos veamos en el
hotel, te lo leeré, despacio, casi susurrando. Mis palabras, en forma de
cartas o de poemas, esquivan la distancia oceánica que nos separa;
por eso, para mí, es una necesidad escribirte. Ansío tus palabras
como espero tú necesites las que yo te escribo. La sensación de ser amado. De ser perfectamente amado, eso son tus cartas.
Aquel verano, Katherine
arribó a la costa francesa. Se quedó para siempre en España al
lado de Pedro. El poeta, con su amada al lado, ya no tuvo la necesidad de escribir poemas que le acercaran a ella. Dejó de
escribir. Y fue feliz.
El mundo descubrió una
intensa historia de amor, pero perdió una obra poética fundamental, que
quedó inacabada.
(*) Las palabras en cursivas están sacadas del epistolario del poeta.
(*) Las palabras en cursivas están sacadas del epistolario del poeta.