El dinosaurio (A. Monterroso)
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Rayuela, 68 (J. Cortázar)
Apenas él le amalaba el
noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en
salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba
relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía
que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las
arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta
quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado
caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el
principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios,
consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se
entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los
extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa
convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio,
los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé!
¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar,
perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo
se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas
gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de
las gunfias.
Estos dos textos marcan el límite mínimo y máximo de palabras (9 y 186) que deben tener los textos que se presenten al I Concurso de Microrrelatos Manuel J. Peláez, que organiza la asociación del mismo nombre.
Si no quieres ser menos que Monterroso, y aspiras a ser un Cortázar, envía tus textos, después de leer las bases en el siguiente enlace.
Ánimo y suerte.
Todas las noches, antes de dormirse, leía un cuento a mi hija. Uno de esos días en los que yo estaba verdaderamente cansado opté por el cuento del dinosaurio que, además, me sabía de memoria. Al cabo de los años, es el único cuento que mi hija recuerda. Es la magia del microrrelato...
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