miércoles, 4 de septiembre de 2013

Biblioppk (VIII). Agonizar en Salamanca


El libro, que narra con mucho detalle lo vivido por el escritor vasco en sus seis últimos meses de vida, ha sido escrito por Luciano G. Egido (Tusquets, 2006). Bien documentado, utilizando cartas enviadas o recibidas por Unamuno, entrevistas periodísticas y transcripciones de relatos orales de quienes compartieron aquellas terribles con el rector salmantino, el libro adolece, en mi opinión, de un grave defecto: el afán del autor por justificar la actitud de Unamuno en sus últimos días.
Para quien no lo sepa, Unamuno se posicionó en los primeros días del golpe claramente a favor de los golpistas. Es más, perdió por ello el rectorado, del que le apartó el Gobierno republicano, que más tarde recuperaría merced a las autoridades franquistas. Además, presidió la Comisión Depuradora, una suerte de Inquisición que condenaba o libraba del “paseo” a algunos de los que hasta apenas unos meses antes habían sido sus compañeros en la Universidad de Salamanca y fue nombrado concejal por las autoridades usurpadoras. Todo ello, muestra palpable de la pura contradicción que era el autor de La tía Tula, no es más que la actitud vacilante de un hombre en unas circunstancias históricas muy complejas. Con sus aciertos y sus errores. Pero, a mi juicio, lo más lamentable es la postura paternalista del autor del libro. Llama “aquel hombre viejo” a don Miguel decenas de veces para, captando la benevolencia del lector, suavizar el error en que cayó. Podemos leer en la página 134: “Su generosidad fue ilimitada y la gente aprendió a llegar hasta él para pedir compasión”. Para lavarle la cara con esta afirmación, no aporta ningún dato que lo demuestre. El día 8 de agosto donó 5000 pesetas (cantidad excesiva para sus posibilidades) para el ejército rebelde; Egido lo justifica así: “Pero no era verdad que hubiera dado su dinero para espadas, sino para poder seguir diciendo sus palabras, sus viejas palabras de agonía, Dios, muerte, nada, existencia, inmortalidad…”. Y por último, en el colmo del paroxismo, se afirma en la página 129: “Para decir verdad, la guerra civil había empezado en octubre; hasta entonces todo estuvo confuso y vacilante”. En un intento de justificar la actitud, equivocada y errática que había tenido Unamuno en los meses precedentes, el autor del libro intenta pasar por alto las matanzas de julio, agosto y septiembre (la represión en el sur de España, la matanza de Badajoz, el asesinato de su amigo el alcalde republicano de Salamanca, el asesinato de García Lorca…).
En fin, si la actitud de Unamuno fue vacilante (hay que entender los momentos históricos de los que estamos hablando), es peor la posición, setenta años después, de intentar justificar lo injustificable que toma Egido por afecto hacia la figura del viejo profesor de griego. La valentía de Unamuno ya tuvo su entrada en este blog, pero eso no quita que también anduviera errado durante un tiempo. Al césar lo que es del césar…

8 comentarios:

  1. Me tocas un tema que me seduce sobremanera. Vaya por delante que comparto hasta los puntos y comas de tu valoración que creo sinceramente sitúa a Unamuno en unas coordenadas adecuadas y justas. En mi opinión no quita, en todo caso, para subrayar que Unamuno fue una persona de una talla intelectual extraordinaria. Para mi la universidad, como institución, es territorio sagrado y lo que hizo en la trifulca con Millán Astray retrata a Unamuno. Por otra parte, como vasco, tengo especial inclinación y prelidección por los escritores proscritos por el régimen nacionalista. Y, además, no puedo ocultarlo era, como yo, de Bilbao.

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  2. Tuve un profesor de historia que siempre nos decía que no juzgásemos un hecho histórico con los ojos de hoy sino que tratásemos de ponernos en la piel de cualquier persona a la que le hubiese tocado vivirlo. Y para mí que soy una persona muy empática tal cuestión no resulta difícil. Si nos trasladamos a la época tendríamos que ver cómo hubiésemos reaccionado si nos encontramos con un sistema político legal y totalmente respaldado por el pueblo, que collevaba una serie de derechos y obligaciones para sus ciudadanos, con las correspondientes libertades pero que algunos confundieron con libertinaje. O más claro aún: Yo creo y voto a favor de la república por lo que representa de bueno para todos pero dicho sistema es incapaz de mantener el orden en el país y permite todo tipo de brutalidades a unos y otros. Ante semejante panorama ¿no estarías un tanto confundido?

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    1. "(...)pero dicho sistema es incapaz de mantener el orden (...)" Quiero entender en tus palabras que ese presente en el verbo ser es un presente histórico; quiero decir, que te refieres a los años 30. De no ser así, la República, como sistema de gobierno, no es incapaz de evitar las brutalidades de unos y de otros mejor o peor que la monarquía. Lo que quiero decir es que aquella república fue torpedeada desde su mismo nacimiento por la oligarquía, la Iglesia y el ejército, que vieron cómo empezaban a perder privilegios.
      Ahora bien, el caso que nos ocupa es el de un hombre (humano, como todos) que se vio arrastrado a tomar decisiones, como todos los demás. Y se equivocó, en mi opinión. Tardó en reaccionar viendo, como estaba viendo, lo que pasaba. Mis dardos van más dirigidos a quien, con setenta años de retraso, desde el sillón de su casa, por el afecto o cariño que le profesa al profesor, intenta justificar, tergiversando, los datos y disculpando lo que no tiene disculpa.
      Saludos.

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    2. Efectivamente, no me he expresado bien con el uso del verbo. No me refiero a la República como sistema sino al gobierno que manejaba la situación, a los políticos que estaban detrás y no supieron hacerse con el control del país en dicho momento. El sistema no es malo, son las personas quienes lo hacen bueno o malo.
      Pero creo que ante la situación tan convulsa de esos años, muchos creyeron ver en la República el origen de todos los males, cuando el problema fundamental no era el sistema sino la situación en la que se encontraba España, su atraso en todos los sentidos y su clase política.

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  3. Me apasiona el tema.
    Mi padre estudió en Salamanca por aquellos años. Y me contó su versión. Él no estaba, ni mucho menos, en ningún círculo "importante". Era un modesto estudiante extremeño que simplemente veía y oía lo que se movía en el no tan grande espacio universitario de la no tan grande Salamanca de aquel tiempo. Decía que a Don Miguel se le veía de vez en cuando por la Plaza Mayor y los estudiantes hacían corro alrededor para recabar su opinión. Y me contaba que simpatizaba abiertamente con los ideales falangistas, no tanto ni mucho menos con lo que vino a partir de julio del 36.
    Nikos Kazantzaki, mi adorado e idolatrado escritor griego, en su libro de viajes por la España de los años 30 titulado "Viva la muerte", refiere su entrevista con Unamuno, en la que éste se refiere a los jóvenes falangistas como la peor escoria que aboca a España al desastre.
    Mi impresión es que los intelectuales puros no saben estar en esas situaciones. Ya sea por cobardía física o porque saben ver la verdad que hay en cada postura, el caso es que no se aclaran. Tiempos y lugares como la España de los años 30 son los del o blanco o negro. Y los grandes intelectuales no saben moverse ahí. (Ni tienen por qué, añado yo...).

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    1. No es el papel del escritor billbaíno lo que yo pretendía poner en relieve, sino la manipulación del pasado (como si fuese una ucronía cualquiera) del autor del libro, Luciano G. Egido, para salvar la cara del rector salmantino.

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  4. Entiendo y comparto el planteamiento de PPK. Yo ya he anticipado mi reconocimiento y respeto a la talla intelectual de Unamuno. Pero este reconocimiento y respeto lógicamente se sustentan en una perspectiva histórica que no da necesariamente por bueno absolutamente todo su discurso público. Es decir, el reconocimiento no es coartada para dar por bueno ciertos posicionamientos que deben entenderse si acaso en un contexto histórico determinado.
    Aquí en todo caso, como os decía, en el País Vasco está proscrito y os asombraríais de los escolares que ignoran por completo al escritor,... no digamos ya al filósofo...y esto tampoco es. No se si me explico.

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    1. Ya lo creo que te explicas. Como un libro abierto. ¡Qué pena!

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