Según la RAE, bodrio significa “cosa
mal hecha, desordenada o de mal gusto”. Este es el nombre que Luis Santos dio a un tipo de obra (no
es pictórica, ni escultórica), que inventó. Y ahí se puso al nivel de Valle-Inclán con sus esperpentos o de Gómez de la Serna con sus greguerías.
Luis Santos era
médico y estaba casado con Carmina
Unamuno (nieta mayor del escritor bilbaíno), y eran padres de nueve hijos,
entre ellos Mercedes. Y fue a través
de ella como conocí a Luis, personaje “bohemio,
soñador, curioso por saber, anárquico, quijote, librepensador” (como lo
definió Máximo Puertas en Salamanca médica). Publicó muchos
artículos en periódicos locales salmantinos, algunos de los cuales recogió en
un par de libros que tituló De todo lo
invisible y lo visible (2004) y De
todo lo habido y por haber (2007).
Luis, que no
paraba quieto un momento, siempre estaba pensando, o rebuscando algún material
que reciclar en sus bodrios o tomando notas en su cuadernillo de cuero,
fabricado por él mismo, para discutir con el primero que se le pusiera a tiro.
Él, un cachondo
mental por naturaleza, se reía de aquellos que le halagaban en las exposiciones
sus bodrios y más aún de quienes le compraban aquellos trozos de madera con
algunos enseres (de lo más variopinto) sujetos o pegados a su superficie. Eso
eran los bodrios. De la disposición y de los materiales utilizados se podría
hacer todo un tratado. En alguno de ellos se disponían dos objetos relacionados, pero entre los que mediaban varias décadas; por ejemplo: una
llave grande de las puertas antiguas y una cerradura moderna.
Esa forma tan
metafórica y barroca de relacionar el pasado y el presente, el ayer y el hoy me ha servido para iniciar una
serie de entradas en las que relacionaré (¡ya veremos cómo!) una canción y un
poema, un cuadro y una canción, un relato y una canción… La llamaré, en su
memoria, Bodrios.
PD) Las fotografías de los bodrios son de Mercedes Santos Unamuno.
Gracias por este recuerdo del inefable Luis. Mucha suerte con tus bodrios.
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