De un tiempo a esta parte me ha dado por la lectura de los epistolarios, las memorias y las biografías. Sé que, a simple vista, puede parecer que mi único interés es indagar en las miserias de cada cual. Pero no es eso lo que me mueve a esas lecturas. Leyendo las cartas que se cruzaron los grandes (y los pequeños) de la literatura y sus memorias, se puede rastrear una obra en concreto, un proyecto, una relación amistosa o amorosa… Pero me interesan, sobre todo, por conocer mejor a la persona que se esconde detrás del artista. Ya que sus cartas fueron escritas, como todas, de modo privado, sin pensar que un día verían la luz, es ahí donde la persona se muestra tal cual es. Por el contrario, sus memorias están escritas a conciencia, sabiendo cuál es su fin: la publicación. Y, muchas veces, se convierten en una suerte de justificación de ciertas actitudes o de adecuación del pasado al presente para que “ciertas cosas” encajen. En cuanto a las biografías, lo menos que se puede pedir a un biógrafo es que esté bien documentado, ya que sus aseveraciones las daremos por ciertas, presuponiendo un estudio en profundidad del personaje y un buen manejo de las fuentes. Ya veremos cómo no siempre es así.
Pero entre esas lecturas, me he encontrado con errores, intencionados o no, en muchos casos inexplicables, cuando no imperdonables. Hagamos un somero repaso por ellos:
Rafael Alberti, en su libro de memorias La arboleda perdida (Bruguera, 1982) afirma en la página 48: Desde muy joven, arranca en mí una especial antipatía y rigurosa aversión hacia el sustantivo voluptuosidad y, sobre todo, hacia su forma adjetiva: voluptuoso. ¡Horror! Se me llena la boca de saliva y se me encogen las uñas del pie izquierdo cada vez que lo escucho o lo veo escrito (…) También detesto el sustantivo terruño. En toda mi obra, poesía o teatro, jamás encontraréis estas odiosas palabras. Y me juro nunca manchar con ellas ninguna página futura. Pues bien, en la página 122 se puede leer: También Romero de Torres, simpático él y marchoso, añadía su voluptuosa gitanería de almanaque triste a aquel cuadro peninsular.
¿Tanto juramento solemne para esto?
Cynthia Powell, primera mujer de John Lennon afirma en su biografía John (Ma non troppo, 2006) sobre el músico en la página 27: Una amiga me contó que su madre (la de John Lennon) se había muerto en un accidente de coche a finales del curso anterior. Sin embargo, en la página 38 (¡solo once páginas después!) podemos leer: Pero en aquellos días (John) me contaba poco, excepto que Mimi se había hecho cargo de él después de que su padre desapareciera cuando tenía cinco años, y que su madre había fallecido pocos meses después de que empezáramos a salir.
¿Qué credibilidad pueden tener unas memorias en las que se “confunde” un dato tan importante en la vida de una persona como es el fallecimiento de su madre? A partir de esa página 38, las memorias de Cynthia Powell estaban en entredicho.
Luis Cernuda, en carta a José Luis Cano, fechada el 4 de mayo de 1956, afirma sobre un artículo publicado en la revista cordobesa Cántico: Lo más flojo es el trabajo de Adriano del Valle, el cual además inventa todas sus anécdotas; no viví nunca en esa calle Mármoles que él dice.
¿Cómo se puede bosquejar una biografía y errar en datos fácilmente contrastables?
José Díaz Ambrona, residente de la Residencia de Estudiantes, afirma en una carta del 29 de octubre de 1971 a Margarita Sáenz de la Calzada que en aquellos años 20 se “organizó un partido de fútbol entre la Facultad de Derecho y el equipo de la Residencia. Jugaron por aquéllos –entre otros- José Antonio y Miguel Primo de Rivera. Y en aquella tarde presenté al estudiante José Antonio al incipiente poeta Federico García Lorca. El paso de los años no ha podido borrar esos recuerdos”.
En su Biografía apasionada de José Antonio, el escritor falangista Ximénez de Sandoval, amigo de José Antonio, testimonia el interés del fundador de Falange por conocer a García Lorca. Fue en el reestreno el 27 de febrero de 1935 de Bodas de sangre: A Federico García Lorca -a quien José Antonio admiraba extraordinariamente y de quien decía que sería el poeta de la Falange -no hubo modo de presentárselo.
A veces la memoria falla. Pero entre los ejemplos anteriores los hay con la insana intención de “allegarse” al personaje retratado para intentar salir en la foto con él o, al menos, salir más agraciado. En esos casos, los deslices de la memoria son menos perdonables.